martes, 2 de junio de 2009

un grito ahogado


de nuevo, sin fines estéticos y con el permiso de mis lectores imaginarios, se prostituye este blog para ahorrarme las 20 lucas de la sesión de psicoterapia...

NO quiero estudiar. La frase es más que conocida, repetida hasta el cansancio, hasta la odiosidad, hasta que se le gasta el tono irónico, y se va volviendo palpable su angustia. En serio, NO quiero estudiar, repito, por si algo de esas tres palabras fuese demasiado increíble para quienes las escuchan. O para mí.
Entonces viene el miedo de que signifiquen algo, porque por algo se repiten tanto, se acomodan en el subconsciente, liberando una dosis de infelicidad cada cierto tiempo. Quizá signifiquen algo. Quizá la vida no debería componerse de actividades tan obligatorias como indeseadas... actividades que curiosamente sustentan nuestro mundo. Porque, claro, ¿Qué sería de nuestras calles sin el hombre infeliz que recoge la basura? ¿O de nuestras mesas sin la pila de temporeros, agricultores, transportistas, cajeros de supermercado, feriantes, que se encargan de acercarnos los alimentos?
¿Que será de la señora María, 46 años, obesa, pre menopausica, cuando se presente ante mí con un dolor cólico epigástrico irradiado a dorso y yo no sepa qué decirle porque no quería estudiar?